Contended ardientemente por la fe
Contended ardientemente por la fe
P Por Jack Fleming
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Judas verso 3: «Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos«.

Admito que la forma más cómoda para el predicador, es entregar mensajes que entretengan y sean gratos al oído, pero eso no es lo que alimenta al pueblo de Dios. Tal es así que hoy puedo determinar fácilmente si un programa de televisión, radio o internet es uno que solamente entrega alimento «chatarra». Y eso lo puedo reconocer aún sin haberlo escuchado, me basta saber que ha sido un mensaje que ha dejado contentos a moros y cristianos.

Si un romanista me comenta que tal o cual programa en la radio o televisión es «muy hermoso». Y el mismo comentario proviene de un Adventista, un Mormón y de diferentes denominaciones, inmediatamente me doy cuenta que se trata de programas de entretención donde únicamente se dirán cosas que dejen a todos contentos. Son los «hippies» del nuevo siglo que reparten «flores» desde el púlpito.

Cuando se predica la verdad, con la pureza y fidelidad que lo hizo el Señor Jesucristo, solamente se puede esperar dos reacciones: una que acepten el mensaje y haya en ellos un cambio de vida, o la segunda: que lo rechacen airadamente.

Cuando el Señor predicaba, siempre habían únicamente esas dos reacciones: o lo aceptaban o le arrojaban piedras. Así debe ser cuando se entrega la verdad de Dios con pureza y claridad.

No hay nada que duela más a mi corazón, cuando después de una predicación, alguien me dice: «ha sido un mensaje muy hermoso» y esa persona no ha tenido un cambio de vida. Eso me deja un sentimiento de culpabilidad, porque tengo que admitir que no he sido lo suficientemente claro para que esa persona pueda entender.

Cuando no hay una reacción después de escuchar (o leer) un mensaje, esto se debe a la falta de competencia del predicador. Solamente un predicador mediocre o aquellos que no están interesados en predicar la verdad para dejar a todo el mundo feliz, son los que no obtienen una reacción.

Muchos son los que prefieren ese estilo de entretención, ya sea por vanagloria y vanidad, o para obtener mejores resultados en las ofrendas y diezmos. Aunque pareciera ser más bien que se debe a una combinación de ambos.

Siento un temor y responsabilidad enorme ante el Señor cada vez que predico, de tal manera que jamás podré decirle a nadie adulaciones o zalamerías para obtener su aprobación. Mi anhelo es ser fiel a mi Señor y entregar el mensaje con la mayor claridad, sin faltar a la verdad que se encuentra en las Sagradas Escrituras.

Dice Dios en Proverbios 16:29 y 28:23 «El hombre malo lisonjea a su prójimo, y le hace andar por camino no bueno. El que reprende al hombre, hallará después mayor gracia que el que lisonjea con la lengua».

Seguramente que entre éstos se encontraran esos «MUCHOS» predicadores que menciona el Señor en Mateo 7:22 «Muchos me dirán en aquél día (cuando él vuelva), Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?. Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad» .

No se puede «contender ardientemente por la fe» y al mismo tiempo agradar a las multitudes. Pero esa es una necesidad impuesta en el corazón del verdadero siervo del Señor.

Es verdad que el Señor dijo: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». Pero la Biblia también nos dice que cuando los hombres deshonraron la casa de Dios, el Señor cogió un látigo y expulsó a todos los comerciantes que habían invadido el templo y les dijo: «Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones». Cuando el Señor vuelva, seguramente que tendrá que decirle lo mismo a muchas iglesias.

Otro ejemplo muy especial es el caso de Moisés, que Dios lo llamó «el hombre más manso de la tierra». En Éxodo 32:19 leemos que cuando el pueblo pecó «ardió en ira y tomó el becerro que habían hecho, y lo quemó en el fuego, y lo molió hasta reducirlo a polvo, que esparció sobre las aguas, y lo dio a beber a los hijos de Israel».

La Biblia está llena de ejemplos de fieles siervos del Señor que contendieron ardientemente por la fe, y a consecuencia de su fidelidad sufrieron muchas persecuciones. En Gálatas 2 nos describe una de las tantas veces que Pablo tuvo que contender ardientemente por la fe, cuando reprendió públicamente a un apóstol tan importante como Pedro, acusándolo de actuar hipócritamente.

La verdad es que la fidelidad hacia nuestro Señor, siempre irá en proporción al grado de rechazo y persecución que habrá de recibir. El mismo Señor lo dijo: (Lucas 6:26) «¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! Porque así hacían sus padres con los falsos profetas».

Hoy en día, debido a que muy pocos están «contendiendo ardientemente por la fe» es que la corrupción en la casa de Dios ha ido en aumento. Esto ha sido posible porque se enseña en forma equivocada, el verdadero significado de la humildad que debe tener el cristiano.

La mansedumbre que nos habla la Biblia, no es la debilidad de los cobardes, sino la virtud de los fuertes que saben controlar sus emociones, pero sin hacerse cómplices de lo malo.

Aquellos que aceptan y toleran (o se declaran «neutrales»), no son mansos, sino cobardes y cómplices. Aún la ley de los hombres condena por complicidad a los que vieron un delito y no lo denunciaron, incluso en el caso de un familiar muy directo.

La mansedumbre y humildad que debe tener el cristiano, debe manifestarse en cuanto a las ofensas personales de que somos objeto, pero cuando se trata de los negocios de nuestro Padre celestial, entonces hemos de ser celosos, valientes, enérgicos y «contender ardientemente por la fe».

Ese fue el ejemplo que nos dejó el Señor Jesucristo. Una de las ofensas más grandes que puede recibir un judío es que alguien lo tome de la barba, y si a eso le añadimos que lo escupieron en la cara, creo que no existe mayor humillación.

Isaías 50:6 «Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos». Pero sin embargo, cuando ofendieron la casa de Dios, reaccionó airadamente con un látigo en su mano.

Con los años he aprendido que siempre será mucho más sano hacer una exhortación clara que haga estremecer los corazones, que una predicación liviana de entretención. Porque aún tengo fe en la conciencia e inteligencia humana para discernir cuando se le está diciendo algo por amor a su alma eterna, y cuando se está buscando solamente su aprobación.

La persona inteligente siempre comprenderá que será mucho más honroso reconocer su propio error, que continuar en él. Por lo demás, declarar que ayer estábamos equivocados, no es más que admitir que hoy somos más sabios.

Así que considero que ser fiel a la verdad y contender ardientemente por la fe, no solamente es ser consecuente con la obediencia que le debemos a nuestro Señor, sino que además el hombre inteligente sabrá distinguir entre el alimento «chatarra» de entretención, que muchas veces tiene oscuros propósitos; con la enseñanza y exhortación sincera que se hace basada exclusivamente en la Palabra de Dios.

Por lo demás, el creyente que desea ser fiel a su Señor, sabe perfectamente que debe agradar a Dios antes que a los hombres.

Que aprendamos a contender ardientemente por la fe, pero al mismo tiempo, a ser humildes cuando nos ofendan sobre asuntos personales.

Que el celo por el Señor nos consuma, cuando alguien ofenda la casa de Dios. Que así sea, Amén.

Fuente: descargahimnoscristianos